martes, 19 de julio de 2011

CARDENAL CISNEROS




            Nació en Torrelaguna en 1436, hijo de hidalgos pobres. Posiblemente fue enviado a la cercana villa de Alcalá de Henares en su adolescencia para cursar estudios de gramática; los continuó en el Colegio Mayor de San Bartolomé en Salamanca y de allí pasó a Roma en donde fue ordenado sacerdote. Tras el fallecimiento de su padre regresa a España y consigue el arciprestazgo de Uceda, enfrentándose con el arzobispo de Toledo, lo que significó el encarcelamiento de don Gonzalo, por el arzobispo Carrillo durante algunos años.           
                A pesar de su reclusión, Cisneros no renunció a su cargo, en el que fue mantenido por el cardenal González de Mendoza, aunque el encierro debió de durar poco tiempo según se deduce en algunas biografías, pues poco después, en 1478, Cisneros era capellán mayor de la catedral de Sigüenza. Sufrió una profunda crisis espiritual que le llevó a entrar en la orden de los franciscanos; fue entonces cuando sustituyó su nombre de Gonzalo por el de Francisco en honor a San Francisco de Asís. Se encerró en el convento de la Salceda y durante siete años llevó una vida monacal ejemplar. De allí lo sacó la Reina Isabel (Isabel la Católica) en el año 1492, tras convencerle de que aceptara ser su confesor, siguiendo los consejos del entonces arzobispo de Toledo, el cardenal González de Mendoza, primer protector de Cisneros. Fue nombrado provincial de la orden franciscana y acometió en ella una profunda reforma; más tarde lo hizo con el clero secular. A la muerte del cardenal Mendoza en 1495, fue nombrado arzobispo de Toledo, lo que en la Baja Edad Media era ostentar el mayor poder tras la Corona, al ser Primado de España. 
         Isabel la Católica tuvo en Cisneros no sólo un confesor, también un consejero. Al morir la reina, su hija Juana I de Castilla y su esposo Felipe de Habsburgo fueron nombrados reyes. Tras la repentina muerte de Felipe I, su viuda dio muestras de demencia, por lo que Cisneros tomó temporalmente la responsabilidad del poder como Presidente del Consejo de Regencia de Castilla hasta que Fernando el Católico regresara de la conquista del Reino de Nápoles para hacerse cargo del gobierno. Así, se firmó la Concordia de Burgos por la que se establecía una Junta de Gobierno, con Cisneros a la cabeza, que gobernaría en ausencia de Fernando. 
       El Rey Católico regresó en 1507 y, agradecido, consiguió para Cisneros el capelo cardenalicio. Entre 1507 y 1516, aún con extremadas dificultades, Cisneros y el rey Fernando, consiguieron devolver un tanto el prestigio que la monarquía había perdido. Se renovó el entusiasmo conquistador, desempeñando Cisneros un papel importante en la conquista de Orán, al igual que en los tiempos de Isabel la Católica había participado de manera activa en la conquista del reino de Granada. Muerto Fernando el Católico, por disposición testamentaria, Cisneros queda constituido nuevamente como Regente del Reino de Castilla hasta que el joven príncipe Carlos, que se encontraba entonces en Flandes, viniera a España para ocupar el trono. En esta etapa de casi dos años, Cisneros, que contaba ya con ochenta años, mostró unas dotes políticas y una habilidad para gobernar extraordinarias. Supo hacer frente a un clima interior extremadamente inestable, con los nobles castellanos ávidos de recuperar el poder perdido, así como a las intrigas de los que pretendían sustituir en el trono español a Carlos por su hermano Fernando, que había sido educado en España por Fernando el Católico. Los acontecimientos se desbordaron y Carlos fue proclamado en Bruselas rey de Castilla y Aragón en un acto que se podría asemejar a un golpe de Estado, pues la reina legítima era Juana y nadie había proclamado su destitución. Sin embargo, Cisneros se advino a los hechos de Bruselas y envió emisarios a Flandes urgiendo la inmediata presencia de Carlos como único medio de parar las inquietudes de rebelión que corrían por el reino. Así pues, de hecho, había dos gobiernos: el de la corte de Bruselas y el del Regente en Castilla. Cisneros murió en Roa cuando se dirigía a recibir al futuro Carlos I de España.
         Durante su vida participó, en mayor o menor medida, en todo lo que se hizo durante el reinado de los Reyes Católicos y contribuyó de forma decisiva a la configuración del nuevo estado. Reformó la vida religiosa que había caído en una gran relajación moral y una tremenda variedad intelectual. Supo ver que toda renovación empezaba por la educación y, sin ser un erudito, fundó en Alcalá de Henares una de las instituciones que más ha influido en la cultura española: la Universidad Complutense de Madrid. La universidad fue fundada en el año 1499 a partir del antiguo Studium General de Alcalá de Henares, del que Cisneros fue alumno. 
         La Universidad Complutense fue la primera universidad renacentista, humanista y universal. Cisneros fue consciente de la transcendencia de su fundación y no escatimó esfuerzos para dotar a su Colegio del marco urbanístico adecuado, de una buena financiación y de los mejores maestros de la época, por lo que la villa de Alcalá de Henares se vio enormemente beneficiada con ello. La primera piedra del edificio que lo albergaría la puso Cisneros el 14 de marzo de 1501; en 1508 comenzaron las clases y en 1510 dotó a su fundación de unas Constituciones además de una magnífica biblioteca, donde un elevado porcentaje de libros versaba sobre ciencias naturales. La salud quebrantada y la edad avanzada lo obligaron a retirarse de la vida pública, y se dice que su fin lo aceleró la ingratitud de Carlos V ante los muchos servicios que le prestó a España. Tenía ochenta y un años cuando murió, y fue enterrado con grandes honores en Alcalá. La mayor parte de su fortuna la dejó a su querida Universidad de Alcalá. Su carácter, que fue muy mal interpretado, fue notable por su gran versatilidad. Era tanto soldado como sacerdote, como lo demuestra su actuación en la conquista de Orán. Fue estrictamente consciente en su vida pública, sin temor de las consecuencias que pudiera acarrearle la realización de lo que pensaba era su deber, mientras en lo privado llevaba sus austeridades y mortificaciones al extremo de poner en riesgo su salud. Moralmente estaba por encima de todo reproche, y cumplía con exactitud las observancias de su estado religioso.
        En 1501 el cardenal Cisneros instituyó la obligatoriedad de la identificación de las personas con un apellido fijo. Hasta entonces las personas se identificaban con su nombre y un apellido o mote que reflejaba el lugar de procedencia, el oficio o alguna característica de la persona, por lo que miembros de una misma familia, incluso hermanos, podían tener diferentes apellidos. Este sistema producía un tremendo caos administrativo para poder identificar a las personas por familias. A partir de la ordenanza de Cisneros, el apellido del padre quedaba fijado y pasaría a ser el de todos sus descendientes.



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