EL INVIERNO DE LA CORONA. ALGUNOS PÁRRAFOS.
Pedro de Luna era de mediana estatura
y cuerpo macizo. Hablaba con sutileza y con palabras penetrantes. Tenía fama de
tozudez, de ser capaz de mantener sus convicciones hasta la propia muerte;
incluso sus más enconados enemigos reconocían en su persona a un hombre honesto
y firme, de costumbres irreprochables.
Sólo la colina de la Acrópolis
conservaba la antigua belleza que un día atesoró la capital del Ática. La
comitiva ascendió por la rampa de piedra de acceso a los Propileos y penetró en
la Acrópolis. Allá arriba, sobre la pétrea colina amesetada, se hacinaban la
mayoría de los habitantes de la ciudad. Los sólidos muros de Pericles se habían
rematado con almenas de cal y mampuesto, pabellones de madera y adobe
alternaban con los templos de mármol de la Antigüedad, y cabras, ovejas y aves
deambulaban entre las arquitecturas que un día fueran asombro del mundo. EL
Partenón mantenía su grandiosa integridad, y sobre el vértice del frontón
repleto de figuras de dioses y gigantes, al lado de una cruz de madera negra,
ondeaba la enseña de franjas rojas y amarillas de los reyes de Aragón.
Rocabertí era un guerrero de otra
época. Tenía como modelo de soldado al legendario rey Arturo y a los otros ocho
grandes paladines de la Historia: Héctor de Troya, Alejandro Magno, Julio
César, Josué, David y Judas Macabeo de Israel, el emperador Carlomagno y el
cruzado Godofredo de Bouillon. A veces el vizconde se imaginaba como uno de los
caballeros de la Tabla Redonda, un Lanzarote o un Parsifal como los de la
historia del Grial que había leído en una traducción catalana que le
proporcionara tiempo ha el infante D. Juan.
El
rey de Aragón lo es también de Valencia y de Mallorca, y es soberano de Cerdeña
y duque de Atenas y Neopatria, y aún se intitula rey de Córcega. Muchos estados
jalonan una misma Corona pero cada uno de esos estados tiene intereses bien
distintos, a veces contrapuestos y enfrentados. Los nobles aragoneses sólo
desean mantener su independencia y, en todo caso, obtener de la Corona nuevas
tierras que les proporcionen más rentas y más siervos, los mercaderes catalanes
aspiran a aumentar sus fortunas, en estos momentos muy menguadas, abriendo
nuevos mercados para sus productos, y valencianos y mallorquines esperan con
paciencia que los catalanes se arruinen para ocupar su lugar en el comercio
mediterráneo.