LOS TEMPLARIOS
Hacia
1118, tras la conquista de Jerusalén en la primera cruzada, es proclamado rey
Balduino I. La tradición religiosa de las peregrinaciones durante la Edad Media
hizo que el flujo que hasta entonces se dirigía a Santiago de Compostela y Roma,
derivara ahora hacia los Santos Lugares. Estos nuevos destinos
no estaban exentos de peligros, como salteadores de caminos o fuertes tributos
de los señores locales. Para proteger a estos peregrinos y a falta de
recursos del recién erigido rey de Jerusalén, se crea la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y del Templo
de Salomón, de ahí lo de templarios. Esta
organización se mantuvo activa durante poco menos de dos siglos y su fundación
se debe a nueve caballeros franceses liderados por Hugo
de Payens.
En un principio es reconocida por el
Patriarca de Jerusalén y tras el concilio de Troyes, por la Iglesia Católica en 1129.
Algunos
integrantes de la
Orden viajaron, encabezados por Hugo de Payens, por Francia
primero y por el resto de Europa después, recogiendo donaciones y alistando
caballeros en sus filas. Se dirigieron primeramente a los lugares de los que
provenían, con la seguridad de su aceptación y asegurándose cuantiosas
donaciones. En este periplo consiguieron reclutar en poco tiempo una cifra
cercana a los trescientos caballeros, sin contar escuderos, hombres de armas o
pajes.
El
apoyo que en Europa les concedió el abad San
Bernardo de Claraval, (primo por parte
de madre de Hugo de Payens) hombre de gran carácter, cuyo saber e independencia
eran admirados en muchas partes de Francia y en la propia Santa Sede, fue un
fuerte espaldarazo para la Orden. Reformador de la Regla Benedictina, aconsejó a
los templarios una regla rígida que les
hiciera aplicarse a ella en cuerpo y alma.
Unos
cincuenta años después de su fundación, los Caballeros de la Orden del Templo
se extendían ya por tierras de lo que hoy es Francia,
Alemania, el Reino Unido, España y Portugal.
Esta expansión territorial y las numerosas donaciones contribuyeron al enorme
incremento de su riqueza, que pronto no tuvo igual en todos los reinos de
Europa.
Tuvieron
una destacada actuación en la segunda cruzada, protegiendo al rey Luis VII de Francia en las derrotas que éste sufrió a
manos de los turcos. Saladino les hizo retroceder en Tierra
Santa tras la batalla
de los Cuernos de Hattin. Éste les
infligió una tremenda derrota, en la que cayó prisionero el Gran Maestre de los
templarios Gérard de Ridefort y
perecieron muchos de sus caballeros, aparte de las bajas hospitalarias. Saladino tomó
posesión de Jerusalén y terminó de un manotazo con el Reino. Sin embargo, la
presión de la Tercera
Cruzada y, sobre todo, el buen hacer de Ricardo I de Inglaterra (llamado Corazón de León) lograron de
Saladino un acuerdo para convertir a Jerusalén en una especie de "ciudad
libre" para el peregrinaje. En 1291 tuvo lugar la Caída
de Acre con los últimos templarios luchando junto a
su Maestre, Guillaume
de Beaujeu, lo que constituyó el fin de la presencia de los cruzados en Tierra Santa, pero no el fin de la Orden, que mudó su Cuartel
General a Chipre.
En
España comienza su implantación en el reino de Aragón y tanto allí como en
Castilla ayudaron a la
repoblación de zonas conquistadas por los cristianos, creando asentamientos en
los que edificaban ermitas bajo la advocación de mártires
cristianos.
Ante
la invasión almohade, los
templarios lucharon en el bando cristiano, venciendo junto a los ejércitos
de Alfonso VIII de Castilla, Sancho VII de Navarra y Pedro
II de Aragón en la batalla de Las Navas de Tolosa (1212). En 1265, colaboraron en la conquista de Murcia, que se había levantado en
armas, recibiendo en recompensa Jerez
de los Caballeros, Fregenal de la
Sierra, el castillo de Murcia y Caravaca.
El
final de la Orden se precipita cuando uno de los reyes que depositó sus
riquezas en manos de los templarios, el rey Felipe IV "El Hermoso" de Francia; con el tiempo acaba
debiéndole a la orden tanto, que queriendo recuperar su fortuna y ambicionando
también las demás riquezas que poseían, organizó un proceso inquisitorial en su
contra apoyado por su maquiavélico canciller Guillermo de Nogaret;
juntos planearon la caída de los templarios en 1309 tal vez también sintiéndose
amenazados por el poder militar de la orden. Fue el papa Clemente V el que consintió que los
templarios fueran acusados de herejes y encerrados para posteriores torturas
que confirmaran las acusaciones. Como es bien sabido, en muchos de estos procesos
o en la mayoría, se acostumbraba torturar a los acusados hasta que dijeran la
verdad, y después se les torturaba más para purificar con dolor su alma. Las
acusaciones principales eran la adoración de ídolos y sodomía, Las demás
acusaciones eran menores. Bajo el poder de poderosas torturas los inquisidores
obtuvieron las respuestas que querían, es decir que los templarios confesaran
que las acusaciones eran ciertas.
Aunque el Papa Clemente V intentara en su fuero
interno evitar la condena a los templarios, su debilidad frente a Felipe IV de
Francia hizo que continuara con el proceso de disolución de la Orden. A raíz de ésta los templarios fueron dispersados. Sus
bienes fueron repartidos entre los diversos Estados y la Orden de los Hospitalarios. En la Península Ibérica pasaron a la corona
de Aragón en el este peninsular, de Castilla en el centro y norte, de Portugal en el oeste y a la Orden de los Caballeros Hospitalarios; si bien tanto en un reino como en otro surgieron diversas órdenes militares que
tomaron el relevo a la disuelta, como la Orden de Santiago, la de Montesa (en Aragón), la de
Calatrava o la de Alcántara, a las que se concedió la custodia de los bienes
requisados.