_…Aquella es la célebre Fontana
de Oro, café y fonda, según el
cartel que hay sobre la puerta; es el centro de reunión de la juventud
ardiente, bulliciosa, inquieta por la impaciencia y la inspiración, ansiosa de
estimular las pasiones del pueblo y de oir su aplauso irreflexivo. Allí se
había constituido un club, el más célebre e influyente de aquella época.
_Lázaro se mezcló en el torbellino. Sus ojos miraban con
extraordinario resplandor, su inquietud era una convulsión, su agitación una
fiebre, su mirada un rayo. Cruzábanle por la mente extrañas y sublimes formas
de elocuencia; latíale el corazón con rapidez desenfrenada; las sienes le
quemaban, y sentía en la garganta una vibración sonora que no necesitaba más
que un poco de aire para ser voz elocuente y robusta.
_...Respiró fuego, bebió fuego, se convirtió en fuego
sensible y animado con los dolores de su propia combustión. Quiso gritar: la
llama no conduce el sonido. Quiso huir: no tenía movimiento, no tenía cuerpo,
no era más que una mecha. Quiso orar: no tenía pensamiento; no era ya más que
una pavesa, una masa de cenizas. El viento le desmoronaba: se sentía difundirse
en el espacio ardiente, se quemaba ya quemado. No era más que humo: se
consideraba subiendo en espiral renegrida, y siempre quemándose, siempre
quemándose y consumiéndose, difundido ya, aniquilado, evaporado, acabado…hasta
que al fin despertó, cubierto todo con el sudor de la agonía
_ Como hombre, reunía todo lo malo que cabe en nuestra
naturaleza; como Rey, resumió en si cuanto de flaco y torpe pueda caber en la
potestad real. La revolución de 1812, primera convulsión de esta lucha de
cincuenta años, que aún dura y tal vez durará mucho más, trató de abatir la
tiranía de aquel demonio, y en sus dos tentativas no lo consiguió. La
Revolución hubiera abatido a Nerón, a Felipe II, y no abatió a Fernando VII. Es
porque este hombre no luchó nunca frente a frente con sus enemigos, ni les dio
campo. No fue nuestro tirano descarado y descubiertamente abominable; fue un
histrión que hubiera sido ridículo a no tratarse del engaño de un pueblo.