Algunos párrafos
Roma
ocupaba las ciudades, los trigales, los olivares y las minas cartaginesas en
Andalucía y Levante. Al término de la guerra se planteó el arduo dilema:
devolvemos todo esto a los indígenas, como les prometimos, o nos lo quedamos.
Naturalmente se lo quedaron. Al fin y al cabo, aquella tierra soleada y rica
era su botín de guerra.
¿Cómo
resolver el problema morisco? Los más moderados se inclinaban por la expulsión,
como antaño se hizo con los judíos, pero Felipe II el Prudente ya había tenido
ocasión de constatar en sus propias carnes lo desastrosa que había resultado
aquella medida. Los moriscos eran excelentes agricultores, artesanos
laboriosos, dóciles y frugales obreros y, lo más importante de todo, pagaban
impuestos en un país donde, entre privilegios, fueros y franquicias, el
ministro de Hacienda se las veía y se las deseaba para arrancar un miserable
óbolo a la ciudadanía.
Fernando
VII…al regreso de Francia, ya rey y Deseado, contrajo segundas nupcias con su
sobrina carnal María Isabel Francisca de Braganza, hija de los reyes de
Portugal, a la que llevaba diez años. Ella era gorda, mofletuda, los ojos
saltones y apagados, nariz grande y boca pequeña y torcida. En la verja de
palacio amaneció un malvado pasquín liberal:
Fea, pobre y portuguesa.
¡Chúpate ésa!